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CASTEL DEL MONTE: LOS TEMPLARIOS Y LA ARQUITECTURA ESOTÉRICA



Considerado universalmente como un genial ejemplo de arquitectura medieval, Castel del Monte en realidad une elementos estilísticos de diferentes épocas históricas, del estilo románico de los leones de la entrada al marco gótico de las torres o del arte clásico de los frisos internos y de la grandiosidad defensiva de su arquitectura hasta las delicadas finuras islámicas de sus mosaicos…



Construido alrededor del 1240 Castel del Monte se convierte en la sede permanente de la corte de Federico Hohenstaufen, un monarca obsesionado con la conquista del mundo y con la búsqueda del conocimiento.


Hijo de la reina Constanza de Sicilia y del emperador Enrique VI Hohenstaufen, Federico fue nombrado rey de los germanos con solo dos años, del Reino de Sicilia a los tres y, finalmente, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico a los veintiséis años. Así pues, con menos de 30 años se convertía en uno de los hombres más poderosos de Europa.


El monarca era llamado “Stupor Mundi” (asombro del mundo) por su vasta y completa cultura, dejó en su castillo la huella del misterio que envolvía su figura. No solo mostró una gran habilidad para los idiomas, sino que se preocupó por reunir en su corte a todo tipo de personajes: había matemáticos, médicos y artistas, pero también astrólogos y magos.


Además, Federico mantenía correspondencia con grandes eruditos, entre ellos Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci, matemático descubridor de la célebre secuencia que lleva su nombre, estrechamente relacionada con el llamado “número de oro”. El propio emperador dio muestras de poseer un talento literario, pues escribió numerosos poemas y un célebre tratado de cetrería.


Aunque Federico II fue quién ordenó su construcción, curiosamente el emperador nunca lo habitó. De hecho estuvo abandonado durante un gran período, sus mármoles fueron expoliados y posteriormente se utilizó como prisión. En 1876 el castillo fue comprado y pasó a ser propiedad del Estado Italiano. En 1996, tras varias restauraciones, el castillo fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.



Arquitectura esotérica


El arquitecto fue el maestro de obras francés Philippe Chivard, pero no sabemos si el diseño fue obra suya o del emperador. Ya fuera uno u otro, el autor insertó en el edificio unas claves simbólicas muy concretas. La más llamativa es la casi obsesiva presencia del número ocho. Todo el edificio es un homenaje a esta cifra y a su simbología.




El rigor matemático y astronómico de su planimetría, basada en el ocho como número generador y su posición, estudiada para crear determinadas simetrías de luz en el solsticio y equinocio, crean una simbología que apasiona desde hace siglos a los estudiosos, dejando a los visitantes una grata y misteriosa sensación general.


El castillo parece contener un mensaje hermético y se trataría de un ejemplo de arquitectura esotérica. En él encontramos numerosas referencias al número ocho, símbolo del infinito. Para empezar su planta tiene forma octogonal rodeada de ocho torres, cada una de ellas situada en cada uno de los ángulos del octógono.


El piso inferior tiene ocho salas, al igual que el piso superior. Su patio interior tiene ocho lados y en el centro había un aljibe de planta octogonal. Las diferentes decoraciones de las fachadas, así como las hojas de los capiteles, ventanas y cúpulas suelen ser grupos de ocho o múltiplos de ocho. El ocho está por todas partes en esta impresionante construcción.


Debemos tener en cuenta que el símbolo imperial de la familia Suabia, a la que pertenecía Federico II era una corona de forma octogonal. Curiosamente Federico II fue coronado en la capilla de Aquisgrán cuya planta también es de ocho lados. Asímismo Federico II de Suabia, verdadero intelectual conocedor de hasta nueve idiomas, amigo de médicos, astrólogos y magos, murió en el año 1250, si sumamos los dígitos de este año, obtenemos nuevamente, el ocho.


La simbología del ocho


No debemos olvidar que el número ocho tiene una amplia significación en el sentido simbólico y esotérico. Si colocamos el número ocho en posición horizontal obtenemos el símbolo del infinito, una representación de la unión entre Dios y el Hombre. El símbolo del infinito se asocia al del Ouroboros, la serpiente mordiéndose la cola, acompañando siempre a los temas de Alquimia, reiterando la naturaleza cíclica de las cosas.




En el oriente el ocho se asocia a los ocho pétalos de la Flor de Loto, EL CULTO A ISIS y los ocho brazos del Visnú. En el simbolismo de la naturaleza anatómica el ocho se asocia con la vagina, es decir, con la “puerta” por la que una nueva vida entra en el mundo.


En el Cristianismo el número ocho y su representación geométrica octagonal se asocia a la resurrección, por ello aparece como forma de la planta del Santo Sepulcro. Infinidad de pilas bautismales estaban diseñadas en forma de octágono, o bien la planta del recinto de los baptisterios se hacia de esa forma.


En Numerología, este número esta relacionado con el karma, con la Ley de la Causa y el Efecto, que nos dice: “A toda acción corresponde una reacción en el mismo sentido y en la misma intensidad”. Con claridad indica que “se recoge lo que se siembra”.


El ocho es un símbolo utilizado en muchas religiones y creencias espirituales. La estrella de ocho puntas que obtenemos de un octógono representa a un sol radiante, símbolo de los Templarios Iniciados, Los Hijos del Sol del Secretum Templi, por lo que nos recuerda el culto solar en numerosas culturas de todo el planeta. Esta estrella está asociada a las diosas Inanna, Astarté e Ishtar (Venus), y especialmente a Isis y que han sido interpretadas posteriormente como vírgenes negras (Isis=Maria magdalena), que a su vez se asociara con los caballeros templarios y su Apóstol de Apóstoles y lidere espiritual, la Santa Magdalena.


Los Templarios usaron la forma octagonal reiterativamente. Para ellos representa la Senda del Retorno hacia la Madre Tierra – Virgen Eterna del Universo. Lugar del encuentro de la naturaleza y sus reinos, con la esencia divina que todo lo penetra; unidad de lo terrestre con lo celeste.



Desde la Antigüedad, el octógono poseía un simbolismo de gran importancia. Era la figura “intermedia” entre el cuadrado (que representa a la tierra, lo inmutable y lo terrenal) y el círculo (símbolo del cielo, lo divino y el movimiento). Es, por lo tanto, la figura que une la tierra y el cielo, lo mundano y lo divino.



Se ha especulado mucho sobre la auténtica función del edificio, y se han propuesto distintas hipótesis al respecto: mientras para unos fue una fortaleza, para otros fue un edificio de recreo o simplemente un lugar en el que alojarse.



Fue este halo misterioso el que, sin duda, inspiró al semiólogo y novelista Umberto Eco a la hora de dar forma a su ‘Aedificum’, el recinto octogonal que juega un papel principal en su célebre novela ‘El nombre de la rosa’.

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