EL CAMINO DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
- CI
- 4 ene 2016
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La Orden del Temple hizo acto de presencia en Galicia ya a mediados del siglo XII. Una de sus primeras y principales bailías en esta tierra fue la del Burgo de Faro (concejo de Culleredo, en Coruña).
Era una villa portuaria abierta hacia el litoral atlántico, en una de las rutas francesas, la «ruta gascona », que empezaba en el puerto de la Rochelle y llegaba, por el Cantábrico, hasta Galicia y Lisboa, transportando mercancías y peregrinos. Asimismo se especula que serviría de escala a navíos templarios que se dirigían a Palestina.
Así pues se considera que este asentamiento se constituiría en una de las bases de mayor importancia para la radicación del Temple en toda Galicia, constituyéndose otras muchas encomiendas. Así, en Coruña: Además de la bailía de Burgo de Faro, las encomiendas de Betanzos, Lendo, San Sadurniño; en la provincia de Lugo: Sanfiz de Hermo, Santa María de Neira (ambas en las inmediaciones del Camino Francés) y Canabal; en la de Orense la bailía de Amoeiro y en la provincia de Pontevedra la bailía de Coia, por cuyas tierras pasa el Camino Portugués.
La mayor parte de estas bailías y encomiendas estaban estratégicamente situadas en los caminos de peregrinación a Santiago de Compostela, lo que hizo que la Orden jugara un importante papel en el mismo.

Así pues la Orden se instaló estratégicamente en el Camino de Santiago, instituyéndose a su vez como guardianes del mismo y apoyo a las peregrinaciones y al culto cristiano a lo largo del camino y en las zonas de su entorno, a través de sus bailías y encomiendas, no solamente en el Camino de Santiago, sino también en Navarra, Aragón y Castilla, cuyos territorios forzosamente se convirtieron en zonas de trasiego de peregrinos, procedentes de toda la cristiandad peninsular, en dirección a Santiago de Compostela. La búsqueda de la seguridad en los caminos llevaría a los peregrinos a aproximarse todo lo posible a los lugares de mayor protección, muchos de ellos regentados por la Orden del Temple.
En el propio Camino de Santiago se han atribuido construcciones a esta orden y establecido rutas que pudieron enlazar con el propio Camino. Así, entre las construcciones se atribuyen en Puente de La Reina (Navarra), la Iglesia de Santa María de los Huertos; en Eunate, la Iglesia de Santa María; en Torres del Río (Navarra), a medio camino entre Estella y Logroño, la Iglesia del Santo Sepulcro etc.
LOS TEMPLARIOS EN EL CAMINO
TORRES DEL RIO: IGLESIA DEL SANTO SEPULCRO
Situada a 50 kilómetros de Eunate, entre Estella y Logroño, en los bordes de una gran falla tectónica que le da un importante valor telúrico. Como en otros lugares del camino también aquí carecemos de documentos que acrediten la pertenencia al Temple. Sólo existe la tradición popular, la leyenda y la estructura octogonal, tan cara a los templarios.
De esta planta octogonal casi regular, su estilo es de transición románico-gótico de fines del siglo XII o comienzos del XIII, con una división en su alzado de tres paños. El último de ellos con una rica decoración simbólica en sus capiteles; máscaras con pájaros y serpientes que susurran a sus oídos (la sabiduría que alimenta al alma alada); pájaros con el cuello entrelazado (símbolo de la unión y completura de las almas gemelas impulsadas por un mismo vuelo, por la luz del mismo Ideal, amor que es fraternidad, fraternidad que es amor). Centauros disparando flechas (símbolo de los grandes sabios, como el centauro Quirón de la mitología griega, que dirigen sus anhelos, sus pensamientos hacia los más altos fines, o hacia el dominio de las fuerzas inferiores de la Naturaleza).
El resto de la estructura se completa con una torrecilla cilíndrica al Oeste, frente al ábside, que alberga una escalera que da acceso al tejado, sobre cuyo centro se alza un edículo que es una maqueta a escala reducida del edificio.
En el interior, la austeridad templaria, sus paredes sin decorar, ausentes de una estética de superficie. Sin embargo, sus medidas, las figuras geométricas que traza la piedra, el silencio sobrecogedor en su interior elevan la mirada del alma y nos remontan a mundos desconocidos, a extraños recuerdos, a melancólicos anhelos de un mundo distinto del actual...La bóveda es de tipo califal con nervios que no se cruzan en el centro y que trazan una cruz templaria.
Mirando en la penumbra encontramos un capitel que muestra dos estilizados monstruos que comparten una sola cabeza, dos ménsulas de cabeza leonina, escrutadoras, una de ellas devorando un cordero. También un pájaro de cabeza humana y cola de serpiente, símbolo quizás de la sabiduría acabada, que asciende alada a la contemplación de las luminosas formas primeras, en el Reino de la Incesante Armonía, pero que también desciende a la tierra de la acción cotidiana y se desliza sin dificultad en sus asperezas y oquedades, guía a la acción eficaz, separa lo verdadero de lo falso, penetra la superficie de las cosas, extrayendo de ellas su quintaesencia. Inteligencia celeste ante el resplandor de la Idea, Inteligencia en la acción cotidiana ante la luz del mundo, admirable símbolo del pájaro-serpiente que recordaba, a todos aquellos que con el alma serena le contemplaban, la eterna fugacidad de las cosas, pero también su oculta armonía, su belleza invisible. Entre los capiteles que sostienen el arco triunfal que da paso al ábside, y a manera de guardianes ante la bóveda celeste, nos hallamos, a la izquierda, con un "descendimiento"; y en el capitel de la derecha, las "tres Marías ante el sepulcro vacío". En el "desprendimiento", tres personajes parecen tratar de descolgar la persona del Crucificado; pero en realidad se aferran al cuerpo santo y tiran de él en distintas direcciones, como queriendo trocearlo. Representan el triángulo inferior de la psique que apresa, sepulta, mortifica y desgarra el Cristos interior (la luz de Dios en el propio corazón).
El capitel de ´"las tres Marías ante el sepulcro vacío" trata de la purificación, verticalización y deificación de esta misma psique, aureolada de gracia y santidad, y a la personalidad entera como la vaciada piedra cúbica que es el abierto sepulcro. Es el estado de perfección del hombre, con el sepulcro de la personalidad abierto a la luz del Sol.
En este último capitel la tapa flota por encima sin soporte alguno, y del sepulcro cuelga un trozo del Santo Sudario, testigo de la presencia de Dios en el Hombre. Del interior escapan formas vaporosas que se resuelven en figuras espiraladas y que dejan ver tras de sí un edificio o torre de tres cuerpos con arcadas, símbolo de la Ciudad Celeste, o representación de la misma capilla poligonal. Representan quizás las potencialidades ocultas en el hombre, despiertas al abrir el sepulcro de la propia personalidad egoísta, potencias que participan de la naturaleza del Cielo y de la Tierra, y por ello se resuelven en la imagen sintética de la espiral.
CASTROJERIZ
En Burgos, pueblo eminentemente jacobeo, que duerme hoy recordando sus días gloriosos, encontramos la Colegiata de la Virgen del Manzano (cantada por Alfonso X el Sabio), restos de monasterios, y lo que más nos interesa ahora, el convento de San Antón, de origen templario, del siglo XIII, y la Iglesia de San Juan, también templaria.
En la primera, el sello indiscutible del Temple en un rosetón en la fachada Oeste con ocho más cuatro, doce, cruces tau (con forma de un trébol de cuatro hojas en el interior de un octógono).
La Iglesia de San Juan es como una pétrea caja de resonancia espiritual. En uno de los ventanales un pantaclo invertido, símbolo de la magia práctica, del conocimiento y dominio de los poderes ocultos de la Naturaleza. Símbolo del descenso de las energías celestes en la materia muy caro a los templarios. En el interior, es de destacar una bóveda nervada, y en la intersección de los nervios, caras circulares. Nos expresan el misterio del hombre, representado como una síntesis de fuerzas de distintas naturalezas, el hombre como una ilusión gestado en el cruce de distintas líneas espirituales, en el impacto de distintas entidades.
VILLALCAZAR DE SIRGA
En la provincia de Palencia, este pueblo surge de la llanura, dominado por una inmensa iglesia, encomienda del Temple. Se trata de un templo gótico, algo tosco en el exterior por un apedreamiento vandálico e iconoclasta. Destaca en el friso superior, en el centro, un extraño Pantocrator, donde se ha sustituido el Toro por un cerdo arrodillado, en actitud de rezar a Cristo, y el León mira más bien al cerdo.
También otro de los temas que se repiten profusamente en la catedral de León: tallos que salen de la boca de una máscara y que terminan en una flor, o en una hoja, o en fruto. Símbolo del florecimiento interior, del despliegue de las internas cualidades, que de dentro a fuera sobrepasan la máscara de la personalidad. Símbolo también del poder de la palabra, de su capacidad de objetivar la Idea, de expresar lo subjetivo y producir frutos en quienes lo escuchan.
En el interior de la Iglesia, tres grandes naves de piedra blanca en proporciones que emanan fuerza y sobriedad, soberbia elegancia. Esculturas de caras, una de ellas con rasgos orientales, insertadas en el muro. Capiteles pequeños, en lo alto, con imágenes de reyes que sonríen, una mujer de gran belleza, tallas de músicos celestes (que tan magistralmente se hallan en las vidrieras de la catedral de León). Cuatro vírgenes custodian el sepulcro vacío de don Juan de Pereira, caballero templario, ¿Gran Maestre?, acompañado del Infante Felipe y de doña Leonor. Delimitan las vírgenes un espacio sagrado, como antaño, en otras civilizaciones, en las tumbas de los Reyes Iniciados. Entre ellas, Nª Sª la Blanca, milagrosa y celebrada por el rey Alfonso X el Sabio, sonríe enigmáticamente. En otro de los ángulos, otra Virgen, también sorprendente, pues, con el Cristo niño en la mano, está a punto de dar a luz ¿otra vez?.
Al decir de Marín y Cobreros: "El silencio luminoso de este templo, primitivo, potente, inspirado, nos habla de ideales inquebrantables, de caballería, de peregrinación; en definitiva, de búsqueda de Dios, de uno mismo".
PONFERRADA
En el Bierzo. Inmensa fortaleza (más de 10.000 m2) resulta desproporcionada para la misión que desempeñaban los templarios en esta región. Porta los signos de reconocimiento con que los templarios señalaban sus "grandes tesoros". Triple muralla (símbolo de los votos de pobreza, castidad y obediencia que hacían los templarios, de las tres etapas de la Alquimia, de los tres colores simbólicos, blanco de sus túnicas, rojo de sus cruces, negro del hábito de sus sargentos y de la cruz del estandarte de guerra). La cruz tau en la puerta y en sus habitaciones principales, en las torres y en la muralla.
El trazado de acuerdo a planos astronómicos. Con doce torres, todas diferentes, que tienen la forma de las constelaciones del Zodíaco, pero no en el orden natural, sino alterado, seguro para señalar un momento especial, o una canalización especial de energías, o la expresión de una Idea Celeste.
En la portada principal existió una piedra, clave de arco, donde la tau está inscrita en una gran estrella geométrica de ocho puntas y flanqueada por un sol helicoidal y por una estrella. Es la Rosa de la Regeneración espiritual, formada por dos cuadrados entrelazados. También nos encontramos con el Bafomet, figura en forma de cabeza que era obligatorio poner en la entrada de las casas mandadas por comendadores.
¿Qué protegía esta gigantesca construcción? ¿Acaso la riqueza de yacimientos de hierro y oro? ¿O, además de éstas, otras posesiones que serían confiadas a este castillo?. Recordemos a Fulcanelli en sus Moradas Filosofales: "El Santo Grial estaba custodiado por doce templarios (como las torres del castillo); estos doce custodios recuerdan los signos del zodiaco".
A pocos kilómetros, siguiendo el Camino de Santiago y ya pasada Villafranca del Bierzo, nos encontramos vigilante en imponente actitud de desafío: El castillo de Sarracín. Probablemente se trata del nunca encontrado Castillo de Antares. Si es así, recibe el nombre de la estrella de primera magnitud en la constelación de Escorpio, y la planta poligonal de este Castillo la reproduce en su forma.
Iglesia de Santa María del Templo. Mellid. Ya en las amables tierras de Galicia nos encontramos con esta Iglesia del siglo XII, en Mellid, la Coruña. De nuevo el lenguaje indescifrado de los templarios se manifiesta en las misteriosas inscripciones en las caras interior y exterior de la arquivolta más exterior de la portada Oeste. Son 48 signos repartidos en dos grupos de 24 equis, cruces invertidas, círculos, líneas curvas, rombos, enrejados, un misterioso lenguaje de figuras geométricas. Puede tratarse de símbolos, de muy profundos significados en su clave numérica. O quizá también de figuras, cristalizaciones gráficas de hondas meditaciones, y llaves a su vez de otros estados de conciencia (como lo fuera el lenguaje jeroglífico egipcio o el "lenguaje enochiano" o los símbolos de los tatvas).
También en Mellid, en la Iglesia de San Julián, templaria, el misterio nos alerta en once piedras rectangulares, a modo de friso, sobre la portada románica, con signos geométricos sin descifrar.
IRIA FLAVIA
Hemos atravesado Santiago de Compostela y rumbo siempre hacia el Poniente encontramos el enclave mágico de Iria Flavia, hoy apenas un barrio de la ciudad de Padrón. Importante ésta en la tradición del Camino porque en ella se halla, en la Iglesia de Santiago , el "pedrón", de ahí el nombre del pueblo donde los discípulos de Santiago habrían amarrado la barca que contenía su Cuerpo Santo. Esta piedra, es, en realidad, una de aquellas arae solis con que los romanos sembraron las costas del Mar Tenebroso.
En la Iglesia de Santa María, reedificada y actualmente con rango de Colegiata y "segunda silla compostelana", encontramos una serie de cruces, repartidas rítmicamente en las paredes exterior e interior. Se trata de una serie de cruces céltico-templarias de cuatro modelos distintos. Ahora sólo hay 13, pero el número original era de 27, y el que sean de distinta configuración determina quizás un recorrido de alto contenido mágico y simbólico, por el exterior e interior del templo. Paseo o danza ceremonial que reproduciría un recorrido solar, una especie de inmersión en el corazón del laberinto y resurrección radiante.
Frente a esta Iglesia y junto al actual cementerio, otro mucho más antiguo con lápidas de época medieval y aun anteriores, suévicos, paleo-cristianos y compañeriles. Y en la piedra las perennes inscripciones de cruces paté en círculos, cruces visigodas, patas de oca dobles o sencillas, escuadras con el compás y el péndulo, etc. Imágenes que el tiempo quiere desdibujar, imágenes que susurran el misterio, que nos refieren otros tiempos, otros hombres, otros anhelos... Y en medio de ellas nos preguntamos con lacerante inquietud, otra vez más, la eterna pregunta: ¿qué es el hombre?
NOYA
Pueblo rodeado de frondosas colinas, importante ya en tiempo romano, mira a la ría gallega que lleva su nombre. En él habría desembarcado Noé, cuya nieta Noela fundó la primitiva villa y a la que puso su nombre. Ciudad-término occidental del recorrido de Santiago, acuden a ella peregrinos desde tiempos inmemoriales. En el escudo de la Ciudad un Arca de Noé flotando sobre las Aguas y una paloma que la sobrevuela con una rama en el pico.
Lo más importante aquí es el cementerio medieval de Santa María, con las famosas y enigmáticas lápidas donde se agolpan extraños símbolos, tantos que saturan la imaginación. Y, en este cementerio, un pequeño templete cuadrangular, a cielo abierto, rodeado de tumbas y con un cruceiro en su interior, rematado en su parte superior por una bóveda piramidal, que se apoya en cuatro pilares.
Se cuenta que el templete fue donación de un soldado del Templo de regreso de las Cruzadas trayendo consigo tierra de los Santos Lugares con la que se dice que está relleno el cementerio.
Otra leyenda cuenta que el monumento fue donación de dos hermanos inseparables, "monjes del Templo del Señor de Jerusalén", que estaban combatiendo contra el infiel y quedaron separados en medio de una batalla. No volvieron a encontrarse más, a pesar de que el mayor estuvo buscando a su hermano durante siete años por tierras de moros. Al fin regresó a su tierra natal de Noya y mandó levantar el cruceiro en memoria del joven desaparecido, al que creía muerto. Pero éste, al cabo de siete años, tras muchas peripecias, consiguió escapar y llegó al mismo sitio. Y mandó levantar el templete sobre el cruceiro como acción de gracias y en perpetua memoria del cariño manifestado por su hermano.
Nos sobrecoge el símbolo de la pirámide sostenida sobre cuatro pilares, y en su interior el símbolo del Hombre, el Cristo Crucificado. Las antiguas enseñanzas nos dicen que la Pirámide es el símbolo perfecto del Fuego Espiritual sobre la Tierra y que representa la Humanidad en su ascenso hacia las Ideas Celestes, a través de sus expresiones artísticas, filosóficas, científicas y místicas. Todo ello para devolver al Cristos Interior, la Luz de Dios en el corazón, que es el verdadero morador de la pirámide, representado por el Fuego. La enseñanza cabalística nos enseña que la típica inscripción INRI, que figura en la cara anterior de la cruz orientada a Poniente, significa esotéricamente: Ignea Natura Renovatur Integra (toda la Naturaleza será renovada por el Fuego). En otra clave, la pirámide es un altar a la estructura y funcionalidad del Sistema Solar y del Logos, su última esencia. Esto queda confirmado por los dos símbolos astronómicos que aparecen en el foso de este templete, estructura que se apoya sobre los cuatro pilares y sobre los que descansa la pirámide de piedra. En el friso oeste aparecen representados cinco círculos unidos por unas bandas serpenteantes, entrelazadas geométricamente (símbolo del tiempo). Las figuras inscritas en los círculos son, sucesivamente, un trébol (esquema del ciclo solar), un libro abierto señalado por un "lapiz" (símbolo del gran libro de la Naturaleza) en el segundo; en el tercero la imagen de un rostro con forma de luna; en el cuarto, otro libro abierto pero todo el círculo quebrado por una línea que le corta un tercio de la superficie; y en el quinto, una cara representando al Sol en tensa actitud. Quizás esté también queriendo significar el devenir cíclico de la Humanidad: las cinco humanidades de Tierra, Agua, Aire, Fuego y Eter, representando al Cuerpo, la Vitalidad, la Psique, la Mente Egoísta y la Inteligencia.
En el friso del lado este, mirando, pues, al Poniente, la Montaña Occidental de sombras, unos grabados que representan de izquierda a derecha la figura de un hombre de rodillas y que se apoya en un gran perro, pero sujetando con la mano izquierda una correa, es decir, no lleva, sino que es llevado, mientras su rostro cadavérico se alza dolorido al cielo: el gran perro sujeto por el hombre parece morder el lomo a otro de menor tamaño, (o es, quizás, un cervatillo) que le precede, quien a su vez hace lo propio con un tercero situado ante su hocico y más pequeño que él (¿un perro o qué otro cuadrúpedo?) La mirada hacia Occidente, el perro que conduce, lo demacrado del hombre, nos recuerdan la vinculación de estos mismos elementos en Egipto, con Anubis, el Chacal, y su estrella regente Sirio, estrella que deseca las aguas de la personalidad, símbolo de la liberación del Alma mediante la destrucción de los cuerpos materiales.
Quizás representen ambos frisos las dos formas de ascenso del hombre en la pirámide de la evolución: la evolución de las formas, en las sucesivas humanidades, mirando al Sol que nace, es decir, a la luz de la vida, y la evolución de la conciencia en un camino arriesgado, vertical, consumidor, mirando a la luz de Occidente, a la luz del Sol que se sumerge en el Abismo, o sea, la luz de la conciencia que busca en lo más profundo de sí. El hombre de rodillas, consumido y en éxtasis de adoración es la personalidad dominada, el perro es la Mente Superior y el Ciervo la fría llama de la Intuición.
Este ha sido un breve recorrido por las construcciones y símbolos templarios en el Camino de Santiago. Puede que hayamos encontrado interpretaciones excediéndonos en el uso de imaginación, pero ¿qué es el hombre sino aquello que antes imagina? ¿No es la imaginación la facultad de tender puentes a lo desconocido, la primera puerta hacia el misterio que nos envuelve, la facultad de conocer intuitivamente aquello que la razón o la escasez de datos nos niegan? En palabras de uno de los más grandes filósofos del siglo XX, el profesor Livraga: El hombre tiene la medida de aquello que se atreve a soñar. Que sea este imaginario camino de símbolos templarios una ruta de ensueño que nos aproxime más hacia nosotros mismos.
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